La delgada linea entre el deseo y la necesidad
En la mente de las personas maduras hay una especie de línea imaginaria que distingue claramente entre “el deseo” y “la necesidad”. Desgraciadamente☝😔, muchos confundimos con frecuencia ambos conceptos. Un deseo es algo que “me gustaría” ver cumplido ☝😬👇, pero que “no necesito”. En cambio, una necesidad es algo sin lo cual realmente NO puedo funcionar😱. La realidad lo mires por donde lo mires es que las necesidades del ser humano son: la bebida, la comida y la protección frente a las inclemencias del tiempo. Nada más.
Es bueno tener deseos, es natural. Deseamos poseer cosas, divertirnos, estar cómodos,que nos amen, hacer el amor…, y todos esos deseos son legítimos, siempre y cuando no los transformemos supersticiosamente en necesidades.
Y es que los deseos causan placer💪😍. Las necesidades inventadas producen inseguridad😥, insatisfacción, ansiedad y depresión😩. Sin embargo, parece que las personas tenemos una fuerte tendencia a crear necesidades ficticias a partir de deseos legítimos.
Contamos la pequeña historia de Claudia. Ella era una mujer joven, hermosa e inteligente. Había recibido una buena educación en su México natal y ahora vivía en Francia dedicada a su pasión, la escritura. Ya había publicado un par de libros en editoriales españolas y francesas, aunque no había vendido muchos ejemplares de ninguno de ellos. De todas formas, podía ganarse bien la vida como traductora a tiempo parcial. Sin embargo, su vida interior era desastrosa. Con frecuencia, tenía ansiedad y el mundo le parecía un lugar feo y hostil y, sobre todo, se castigaba a sí misma por no ser, a sus treinta 30 de edad, una escritora reconocida. Claudia decía:
– Cuando voy al médico, me siento fatal porque veo que él o ella tiene una buena carrera, ha conseguido “llegar”. Sin embargo, yo soy sólo una traductora de tres al cuarto. Siento vergüenza. Claudia se sentía inferior, no sólo delante de un médico, sino ante cualquiera que ella considerase que había conseguido su objetivo profesional. Para ella, ser una escritora profesional famosa era una necesidad y, como me confesaba, esa presión ni siquiera le permitía disfrutar escribiendo, debido a la frustración que acumulaba. Este ejemplo ilustra el efecto que produce engordar artificialmente un deseo hasta convertirlo en una necesidad.
La creación de necesidades artificiales produce malestar emocional😩, tanto si las satisfaces como si no, porque:
- a) Si no lo consigues, eres un desgraciado…
- b) Y si lo consigues, siempre lo podrías perder…, y ya estás introduciendo el miedo y la inseguridad en tu mente.
Todo parece indicar que los seres humanos nacemos con la tendencia a convertir los deseos en necesidades. Es un problema que nos causa nuestra gran capacidad para la fantasía, que es un arma de doble filo. Pero si queremos madurar tenemos que evitar esa tendencia y mantener siempre a raya los deseos, que están muy bien, siempre y cuando sean sólo divertimentos en una vida que ya es feliz de por sí.
Si los deseos no se cumplen, no pasa nada; no los necesitamos para sentirnos plenos, para disfrutar de nuestras otras posibilidades. Y es que, al margen de la bebida y la comida, no es racional “necesitar” nada más: ni amor, ni compañía, ni diversión, ni cultura, ni sexo…
Existe una ☝🧐 historia que se explica en círculos budistas 🧘♂🧘♀ que ilustra la diferencia entre deseos y necesidades. La narramos aquí porque este concepto es esencial para la salud mental.
Un día, un hombre de traje oscuro se plantó delante de una casa y tocó el timbre.
– Hola. ¿En qué puedo ayudarle? -dijo el morador de la casa después de abrir la puerta.
– ¿Es usted el señor Roberto Garza? -inquirió el hombre del traje.
– Sí.
– ¡Enhorabuena! Tengo que darle una maravillosa noticia: nuestra empresa ha realizado un sorteo entre los habitantes de este barrio y ha sido agraciado con este magnífico coche que tiene aquí delante -dijo el hombre con voz altisonante, apartándose para que se pudiese ver un flamante automóvil deportivo.
– Muchas gracias. ¡Qué alegría!
– Y no sólo eso. También le entregamos las llaves de un chalé en una playa caribeña
-añadió el hombre del traje.
– ¡Fenomenal!
– Y para terminar, le hago entrega de este maletín con un millón de euros. Hágame el favor de firmar aquí, y todo esto será suyo -sentenció el empleado de la empresa.
Roberto firmó el recibo, dio las gracias una vez más y cerró la puerta tras de sí contento por lo recibido.
Al día siguiente, sonó otra vez su timbre. Era, de nuevo, el hombre del traje oscuro: – Señor Roberto. No sé cómo decirle esto. ¡Hemos cometido un gravísimo error! Todos estos premios son de otro vecino, otro Roberto que vive al final de la calle. Tenemos que llevarnos todo lo que le entregamos ayer.
Y Roberto, que debía de ser un avanzado practicante budista, dijo: – Ningún problema -y con la misma sonrisa serena y alegre del día anterior devolvió todo a su interlocutor.